Una vieja casona en la calle Pascasio Uribe, dos cuadras arriba, fue el origen del nombre propio y la metamorfosis de La Pascasia. La encontraron mientras buscaban una oficina, y la casa —herencia de unos amigos músicos que ofrecieron un alquiler amable con el fin de conservarla y evitar su demolición— terminó convirtiéndolos en un centro cultural. Ocho años después, en 2023, con el caos y la energía de una mudanza a cuestas, y una deuda superior a ellos, llegaron al edificio de cuatro pisos que es hoy su sede propia, donde abren de lunes a sábado, día y noche.

En la noche, cuando los visitantes —asiduos o incautos— cruzan el estrecho vestíbulo del nuevo edificio de La Pascasia, en la calle Bomboná, resplandece la luz roja. Las seis lámparas rojizas del pasillo del primer piso los guía a

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