Creía recordar que hace cuatro años narré en estas mismas líneas la angustia que viví cuando apenas levantaba dos palmos del suelo y las llamas cercaron el paraíso redipollejo. Y no me equivocaba. Recordaba entonces que no me dejaron ayudar, así que me tuve que conformar con otear desde una ventana cómo los vecinos se organizaban con calderos y mangueras para frenar el avance del incendio. No llegó a una hectárea de pasto seco y escobas, pero creo que fue la primera vez que la impotencia me hizo sentir miedo. Entiendo por tanto cómo se tienen que sentir estos días quienes se ven obligados a abandonar sus casas, sus animales o sus enseres para ir a un pabellón sin saber lo que puede pasar durante la noche. Contaba en aquella columna –en alusión de los incendios de la zamorana sierra de la C
Requemados

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