Con la valentía y entereza de la que fue testigo el país –que ejemplifica, además, la siempre esquiva templanza que demandan los momentos más aciagos de la vida– , María Claudia Tarazona subió al atril de la Catedral Primada, en el corazón de Bogotá. Aunque desde el martes sufre la ausencia obligada de quien describió como “un titán” y “un guerrero” , como aquel hombre de la “sonrisa que encantaba y lograba transformarlo todo”, ella no estaba sola.

Sus tres hijas, el pequeño Alejandro y su suegro, Miguel Uribe Londoño, la rodearon para expresar las que, sin duda, fueron las palabras más difíciles que ha escrito. Su voz se quebró por momentos, pero su tenacidad parecía inquebrantable. Evocó a Dios y a la Virgen María para referirse “al momento más desgarrador” de su vida.

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