Mientras una marea récord de sargazo asfixia la costa de Puerto Rico, ciudadanos comunes y funcionarios sobrepasados se apresuran a frenar el deterioro, proteger la vida marina y rescatar el turismo —un rastrillo, una caja y una patrulla al amanecer a la vez.

Una pelea matutina en Escambrón

A las 6:30 a. m., antes de que el sol convierta la playa en un horno, Juan Manuel Vérgalo agarra un rastrillo y se une a una fila de voluntarios que cargan cajas de algas en descomposición fuera de la playa Escambrón. Trabaja en silencio al principio, el aire agrio y espeso con olor a podredumbre, el océano apenas visible más allá de las alfombras marrones.

—Esto es un desastre —murmura finalmente. No es una metáfora; lo dice literalmente—. Es como un huracán, un terremoto o un tsunami —le comenta a

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