Alas cinco de la tarde de un tórrido domingo de julio, tres minúsculas chispitas durmientes, preparadas alevosamente con antelación, despertaron al unísono sobre el reseco lecho del monte con ese hambre irracional que devora todo lo que encuentra en su camino y no se sacia nunca. Comenzó así la representación sublime y terrible de la tragedia más antigua, oscura e impune que la raza de los hombres haya escrito jamás: un desalmado malnacido había desatado el fuego y, como siempre, éste cabalgaba enfurecido por las agostadas laderas, por las umbrías vaguadas, sobre los aterrados castaños centenarios que veían llegar su fin bajo las llamas. Un gigantesco dragón llameante se acercaba y cercaba a las poblaciones donde la gente corría despavorida de un lado a otro, envuelta en un aire enrarecido

See Full Page