Acercarse a un perro desconocido y darle unas caricias parece un gesto cotidiano y bienintencionado. Desde la psicología, este comportamiento suele relacionarse con necesidades humanas básicas: búsqueda de conexión, regulación emocional y curiosidad social. Pero también se advierte que la forma de hacerlo —y el contexto— importa tanto como la intención.
vInteractuar con animales puede actuar como un “ancla” emocional: tocar, observar y recibir una respuesta amistosa del perro disminuye la sensación de soledad y aporta una microdosis de bienestar. Muchas personas lo hacen de manera espontánea al salir del trabajo, al pasear o durante momentos de tensión. En términos sencillos, el cerebro interpreta el contacto suave y predecible como una señal de seguridad, lo que favorece la calma.
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