Una democracia nunca es un proyecto acabado, porque la sustancia que la dota de vida es la libertad misma y ésta siempre se encuentra en riesgo, y por más que nos digamos a nosotros mismos que no, siempre anda navegando entre límites impuestos por otras personas más libres o por las normas morales y jurídicas. Un país no puede graduarse de ser democrático, no debe ni siquiera asociar su calidad democrática a un porcentaje de votación o a una jornada electoral. La realidad es que la democracia cubre tantos rubros de la vida misma que su esencia radica en las posibilidades reales de decidir, donde las posibilidades sean iguales para unos y otros. Por ello, tener la vanidad y la creencia de que se vive en una democracia plena porque un triunfo electoral fue amplio o porque en un país se elige
En camino a una reforma electoral

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