La militarización de Washington coincide con la revisión por parte del Gobierno de todas las exposiciones del Smithsonian para que se ajusten "a los ideales estadounidenses" y se suma a toda una serie de medidas para concentrar el poder, desde el rediseño de distritos electorales a las purgas en las instituciones
Trump militariza Washington y lo convierte en el nuevo frente en su guerra contra bastiones demócratas
La última vez que la Guardia Nacional pisó las calles de Washington, una turba furiosa inundaba los pasillos del Capitolio y pedía a gritos colgar al vicepresidente Mike Pence. Ahora, los efectivos del cuerpo militar patrullan la Explanada Nacional mientras los turistas se sacan fotos y la gente sigue con su rutina. Los soldados custodian las calles por la supuesta emergencia criminal declarada por el presidente. Sus botas desfilan por delante de los museos del Smithsonian, en cuyo interior sí se está produciendo un asalto en toda regla: el mandatario quiere reescribir la historia que explican.
Con la misma facilidad con la que ha sacado a pasear el ejército, Donald Trump ahora también se ve imbuido de la autoridad para revisar todas las exposiciones del complejo museístico y “evaluar” si estas se alinean “con los ideales estadounidenses”. El mandatario ya hizo lo mismo a principios de mes cuando despidió a la jefa de Estadísticas Laborales por publicar unos datos de ocupación que no coincidían con su boyante descripción de la economía.
En su lugar, ha nombrado a un economista de la Heritage Foundation, el think tank detrás del llamado Proyecto 2025 en el que se perfila su agenda reaccionaria. “Nuestra economía está en auge, y EJ Antoni se asegurará de que las cifras que se publiquen sean honestas y precisas”, escribió Trump en Truth Social, su red social. Sin presentar pruebas, acusó a su predecesora de dar datos “manipulados”. Antoni, cuyo nombramiento está pendiente de que el Senado lo ratifique, fue grabado en vídeo en medio de las manifestaciones golpistas del 6 de enero de 2021 en el Capitolio.
Las acciones del presidente encajan cada vez mejor con el manual del autoritarismo. El Gobierno ha pasado de deformar conceptos como el de “antisemitismo” para justificar la persecución ideológica, a querer establecer sin ningún pudor cuáles son los parámetros de la realidad. Trump redefine las palabras y habla de la “Liberación de Washington” cuando despliega a los militares en la ciudad, mientras tacha de “ideológicamente motivado” al criterio independiente del Smithsonian. Las mismas bases del movimiento MAGA que acusaban al Gobierno demócrata de imponer una “dictadura woke” ahora celebran los avances de su líder.
Exposiciones censuradas
La Administración Trump llevará a cabo una amplia revisión de las exposiciones en vigor y las futuras, lo que incluye repasar todos los textos, webs y redes sociales vinculadas para “evaluar el tono, el encuadre histórico y la alineación con los ideales estadounidenses”. Todo aquel contenido que el Gobierno considere problemático tendrá que ser reemplazado en un período de 120 días. La directriz llega después de que, el pasado 27 de marzo, Trump firmara una orden ejecutiva —titulada “Restaurando la verdad y la cordura en la historia estadounidense”— que ordenaba eliminar la “ideología inapropiada, divisoria o antiamericana” de los museos del Smithsonian.
La orden solo es una confirmación más de que el Gobierno de Trump se siente progresivamente con más poder para no tener que esconder sus tics autoritarios. Porque la injerencia en la narrativa histórica ya es algo que había pasado semanas previas al anuncio. Durante todo el mes de julio, sin previo aviso, desaparecieron de una exposición del museo Nacional de Historia Americana las referencias a los dos procesos de destitución que afrontó Trump en 2019 y 2020.
A finales de julio, la pintora Amy Sherald, célebre por su retrato de Michelle Obama, canceló la retrospectiva que iba a estar en la Galería de Retratos del Smithsonian desde septiembre y que ha estado expuesta hasta ahora en el Museo Whitney de Nueva York. El Smithsonian estaba considerando eliminar uno de sus cuadros, que representa una modelo trans posando como la Estatua de la Libertad, para “no provocar” a Trump.
La militarización de Washington y la amenaza de hacerlo con otros bastiones demócratas, como Nueva York y Chicago, es otro ejemplo más de los impulsos autoritarios de la nueva Administración.
En ocasiones, se trata de llevar las normas electorales al límite para que la representatividad de sus apoyos supere a la de sus rivales. La práctica ya común del gerrymandering o rediseño de circunscripciones para beneficiar los intereses propios sigue adelante a marchas forzadas, pese a las maniobras de los demócratas para ponerle freno.
Presión a las empresas
Igual que en el pasado, Trump también presiona a las empresas privadas de manera continuada. El presidente exigió el 7 de agosto en Truth Social que el consejero delegado de Intel, Lip Bu-Tan, renunciara a su puesto. La exigencia se produjo a raíz de una carta que el senador Tom Cotton envió al presidente de Intel, Frank Yeary, en la que expresaba su preocupación por las inversiones y los vínculos de Lip-Bu Tan con empresas de semiconductores que, según algunas informaciones, están relacionadas con el Partido Comunista Chino y el Ejército Popular de Liberación. Nunca se llegaron a comprobar las acusaciones. Trump cambió de opinión sobre Tan después de reunirse con este.
La sensación de impunidad con la que el mandatario va expandiendo su poder ejecutivo como si no tuviera límites se ve avalada tras unos meses previos en los que el presidente ha purgado la administración sin contemplaciones; ha hostigado a las universidades por no ceder el control de su currículum académico a la administración; ha atacado a los medios de comunicación tradicionales acusándolos de mentir y arrinconándolos en la sala de prensa de la Casa Blanca mientras da más espacio a los influencers afines; y ha tomado acciones contra los bufetes de abogados para que no acepten defender casos que vayan a suponer un freno a sus políticas.