Sufre también la Alpujarra el calentamiento global. Se secan los neveros de la sierra, se mueren las fuentes, empieza a ser posible plantar olivos o palmeras, cosas así. Y, sin embargo, no te dejan colocar paneles solares de color gris sobre los grises terraos de launa de las viviendas tradicionales. No te permiten combatir con tus modestos recursos el despilfarro universal de dióxido de carbono

Hoy he bajado a refrescarme al río Poqueira con mi mujer y una de mis dos hijas. El Poqueira recorre bravíamente el fondo del barranco homónimo y sus aguas son frías y primordiales, proceden del deshielo de Sierra Nevada. Bañarme allí es uno de mis ritos estivales desde hace medio siglo, el tiempo que ya dura la relación de amor de este periodista nacido al pie de la Alhambra con la agreste y hermosa Alpujarra, el último santuario de nuestros compatriotas moriscos.

Sé muy bien que, como decía Heráclito, las aguas en las que me he bañado hoy no son las mismas que las de ocasiones anteriores. Soy consciente asimismo de que tampoco yo soy el mismo; ahora soy más sabio, ciertamente, pero limitado, ay, por achaques físicos. La vida es flujo, cambio, movimiento, decía Heráclito y lo acepto de buen grado. La nostalgia siempre me ha parecido la hermana plañidera de la historia. Vivo el presente e intento gozar de esa felicidad que, según decía Camus, es el acuerdo entre un ser y la existencia que lleva.

A este momento del año los italianos lo llaman ferragosto y permítanme que les invite a disfrutarlo sin sentimientos de culpa. Ni ustedes ni yo somos responsables de los grandes males que asolan nuestro mundo. Pienso en el cambio climático, que provoca calores e incendios tremebundos este verano, a los que seguirán riadas salvajes en el otoño, y que pone en riesgo nuestra misma existencia en este planeta. Pienso en el exterminio de los palestinos por aquellos que sufrieron el Holocausto nazi y decidieron que ello les permitía cualquier barbaridad. Pienso en la idiotización de amplios sectores populares por caudillos neofascistas adictos a la mentira, la demagogia y la irracionalidad.

Disfrutar de un baño en el río o en el mar, de una cena al aire libre con amigos y familiares, de unos bailes en la verbena popular, no va a agravar esos males, no se preocupen. Tan solo nos va a hacer más fuertes para combatirlos. El próximo curso será escenario de grandes combates y es mejor que nos pille con fuerzas.

Permítanme ahora que les diga que tampoco todo es idílico en la Alpujarra. Y no me refiero tan solo a acceder a ella por carreteras angostas por las que transitan autobuses descomunales que te obligan a situarte al borde del precipicio. Me refiero también a las incontables trabas burocráticas que prohíben, por ejemplo, que coloques paneles solares en tu casa. Resulta que, en aras de la protección del barranco del Poqueira, considerado parque natural y parque nacional, cualquier reforma en tu vivienda debe ser aprobada por un organismo de la Junta de Andalucía. Y dicho organismo ha decidido que los paneles solares no son compatibles con la arquitectura y el urbanismo heredados de los moriscos.

Sufre también la Alpujarra el calentamiento global. Se secan los neveros de la sierra, se mueren las fuentes, empieza a ser posible plantar olivos o palmeras, cosas así. Y, sin embargo, no te dejan colocar paneles solares de color gris sobre los grises terraos de launa de las viviendas tradicionales. No te permiten combatir con tus modestos recursos el despilfarro universal de dióxido de carbono, ni intentar disponer de la máxima autonomía energética.

El argumento es que los paneles no son “tradicionales”. Como si fueran tradicionales las omnipresentes torres metálicas de electricidad, las antenas de televisión y de Internet visibles en todas las viviendas, las telarañas de cables eléctricos y telefónicos que impiden tomar una foto mínimamente limpia. ¿Es que acaso todo lo recién citado estaba en la Alpujarra en los tiempos del desdichado Abén Humeya? ¿Es que la modernización de la comarca debe detenerse en el siglo XX e ignorar lo nacido en el XXI y su imperiosa necesidad?

Sé que la hostilidad administrativa a las placas solares es un problema común en parques naturales y cascos históricos de toda España. Mal de muchos, consuelo de tontos, me digo. No rechazo en absoluto un cierto despotismo ilustrado a distancia que impida las tropelías que podría traer una mera gestión local de territorios vulnerables. Pero, fíjense, he escrito ilustrado, no burocrático. Las normas de protección de nuestros tesoros culturales y humanos deben adaptarse a los tiempos, deben tomar en consideración emergencias como la climática.

El río fluye. Su agua es nueva cada vez, su cauce varía con el tiempo, también su entorno. Así es la vida. No asumirlo conduce a la arterioesclerosis. A la muerte.