El tiempo se mueve, como una corriente silenciosa que nos lleva sin permiso. Y mientras esperamos que llegue ese instante perfecto –esa ocasión que imaginamos luminosa y grandiosa–, la vida ya está ocurriendo.
Nos decimos: «Mañana lo haré. Cuando tenga más tiempo. Cuando esté más preparado. Cuando todo encaje.» Pero mañana siempre es una palabra frágil. El futuro es hoy y también mañana. Si no aprendemos a habitarlo, si no lo respiramos desde ahora, nos arriesgamos a que se nos escape entre los dedos.
No se trata de llenar la vida de gestas heroicas, sino de aprender a ver lo que nos salva. El gesto amable de un desconocido, el olor de la lluvia sobre la tierra, la conversación que creíamos intrascendente y que, de pronto, se nos queda grabada. Los momentos pequeños son la trama verdader