Con 42 años bien cumplidos, Sir Stanley Matthews, puntero derecho del modesto Blackpool inglés, recibió el primer Balón de Oro de la historia, correspondiente a 1956. Nadie lo discutió ni dijo “¡Qué vergüenza…!”, “La Fifa es una mafia”, “Está todo arreglado” o el clásico “¿Qué ganó el abuelo ese…?” No, el mundo era más tolerante (también menos corrupto), y crédulo; si le decían que Matthews había sido fenomenal ese año, se aceptaba.
Aún no estaban Adidas o Nike para presionar por un vencedor, ni el marketing ni la mediatización para distorsionar. No existían las campañas de prensa. Tampoco pululaban los agentes de jugadores; las redes sociales, afortunadamente, no habían aparecido y el Real Madrid no tenía aún el poder político para exigir cada año el premio. Era todo bastante puro.
Efec