La impostora. Así se llama Felicitas a sí misma porque desde los 18 años estuvo profundamente enamorada de alguien imposible: un hombre que había elegido la vida religiosa y el celibato.

Él, el padre Paul, se había entregado a Dios. Y ella se entregó al padre Paul, pero solo en sueños. Por lo que esta historia de amor rodará por carriles muy poco convencionales dentro de un mundo intangible.

Quien sintiera culpa por una “pasión carnal” de semejante índole podría confesar murmurando tras las rejilla de madera de un confesionario: Padre he tenido malos pensamientos… para luego irse aliviada con su penitencia a rezar tres Ave María y un Padre Nuestro. No es el caso de nuestra protagonista que asegura jamás haber sentido el peso de sus ardientes fantasías porque nunca tuvo la intención de

See Full Page