Antonio Vale, amigo del alma, amigo de tantos años, de tantas ilusiones, de tantos sueños, desde muy temprana edad en su ánima despertó la llama eterna, la pasión, el amor por la literatura. Esa llama misteriosa que dejó en su alma su querida madre.
Imagino esos atardeceres, allá en La Ciénaga, en su morada, escuchando con su delicada voz dulce y melodiosa pasajes maravillosos del Quijote. Una fuerza vital, un entusiasmo por el lenguaje, la palabra que dejó correr entre sus papeles, cuadernos, libretas, en su máquina de escribir y las nuevas tecnologías del mundo post-moderno. El teclado sonoro y misterioso de esas tecnologías que desataron en él, el demonio de su imaginación, fuente de inspiración para la construcción de sus relatos. Esa imaginación que recreó con tanta riqueza literaria