En Maceió, en el noreste de Brasil, un bloque de viviendas pintado de amarillo cuenta la historia que los titulares olvidaron. Allí, un grupo de madres —a quienes alguna vez les dijeron que sus bebés no caminarían, no hablarían ni sonreirían— ha construido una red viva de cuidados, resiliencia y esperanza obstinada.
El virus se calmó, pero sus hijos siguen ahí
Cuando Rute Freires sostuvo por primera vez a su hija Tamara en brazos, supo que algo no estaba bien. Tamara nació con microcefalia —una cabeza anormalmente pequeña, consecuencia de la infección por el virus del Zika durante el embarazo—. Los médicos le dieron semanas, quizá meses de vida. Hoy, Tamara tiene nueve años.
Aún no puede caminar ni hablar. Se alimenta por una sonda, lucha por mantener la cabeza erguida y pasa sus días e