A menudo reducido en la conversación popular a un simple faro pintado con colores llamativos, el Cabo de Ajo es, en realidad, uno de los enclaves naturales más ricos y singulares de la costa cantábrica. Situado en el punto más septentrional de Cantabria , este rincón del municipio de Bareyo alberga mucho más que una postal turística: formaciones geológicas únicas, una biodiversidad notable, una fuerte vinculación con el Camino de Santiago y un entorno donde el mar y la historia conviven sin artificios.

Cada fin de semana, cientos de visitantes recorren los últimos metros que conducen al famoso faro de Ajo , convertido desde 2020 en un símbolo pop gracias a la intervención artística de Okuda San Miguel , muralista santanderino de proyección internacional.

Pero lo que muchos ignoran es que este lugar encierra un patrimonio natural y cultural de primer orden , fácilmente accesible a través de un sendero circular de 11 kilómetros , perfectamente señalizado, que permite explorar el cabo en profundidad.

Un paisaje kárstico que desafía la arquitectura

La ruta comienza junto a la playa de Cuberris , una lengua de arena batida por olas imponentes que, según los locales, “nunca defrauda a los surfistas” . Desde allí, un sendero bordea los acantilados orientales del cabo y conduce al visitante por un territorio de cuchillas calizas y grietas profundas , imposible de urbanizar y absolutamente fascinante desde el punto de vista geológico.

Se trata de un auténtico laberinto ruiniforme , comparable por su forma al de la Ciudad Encantada de Cuenca, pero con el mar Cantábrico golpeando a sus pies .

Este tramo, además de formar parte de la popular Trail Cabo de Ajo , es un paraíso para geólogos, fotógrafos y senderistas. Caminar entre estas formaciones es hacerlo por un paisaje modelado durante milenios por la erosión marina.

Un faro convertido en icono cultural

En la cima del cabo, a 71 metros sobre el nivel del mar , se alza el faro del Cabo de Ajo , operativo desde 1930. En 2020, su tradicional fachada blanca fue transformada por Okuda en una obra vibrante, repleta de geometrías, animales autóctonos y colores vivos. Su nueva piel es temporal (supondría revertirse en 2028), pero su magnetismo visual lo ha convertido en uno de los puntos más visitados del litoral cántabro .

Desde su mirador, en días despejados, es posible contemplar simultáneamente la ciudad de Santander y las cumbres nevadas de los Picos de Europa , a más de 100 kilómetros de distancia.

La Ojerada: acantilados que respiran

Tras visitar el faro, el camino continúa por un tramo más salvaje, serpenteando al borde del mar hasta alcanzar La Ojerada , un conjunto de arcos naturales esculpidos por la erosión. Allí, el mar se filtra por grietas invisibles en la roca , generando bufones —chorros de agua y aire a presión— que resuenan como el aliento de ballenas atrapadas en las entrañas de la tierra. Una sinfonía natural única , donde el mar literalmente se hace oír.

Una ría tranquila, aves migratorias y un convento renacentista

El sendero gira hacia el interior, bordeando la ría de Ajo , donde las aguas dulces del río Campiazo se funden con las saladas del Cantábrico. Esta zona húmeda de transición es frecuentada por aves migratorias como la espátula , y también por practicantes de paddle surf , que exploran sus recovecos hasta llegar a calas escondidas o al antiguo molino de mareas de Castellanos .

No lejos de allí se alza el convento de San Ildefonso , fundado en 1588 por el noble Alonso de Camino , descendiente de un peregrino francés que quedó prendado del lugar. El edificio alberga hoy un centro de interpretación del Camino de Santiago , y conserva un hermoso claustro clasicista y un mausoleo histórico . Puede visitarse de forma gratuita con cita previa. Aquí, el legado religioso y la historia jacobea se entrelazan con la arquitectura rural cántabra.

Una ruta circular para redescubrir Cantabria

En apenas cuatro horas de caminata, esta ruta permite al visitante conocer una Cantabria menos transitada, más salvaje y profundamente auténtica . Desde la potencia de sus acantilados kársticos , pasando por el arte urbano transformador del faro , los ecos marinos de La Ojerada y la serenidad de la ría interior , hasta desembocar en un monasterio olvidado por el tiempo , el Cabo de Ajo se presenta como un compendio de todo lo que define a esta tierra: naturaleza indomable, historia profunda y belleza sin adornos .