Quizá con demasiada rapidez ha pasado el 80º aniversario de Hiroshima y Nagasaki. El recuerdo se desvanece en la vorágine de los conflictos mundiales y resbala sobre las estresadas neuronas de una sociedad que solo busca evadirse, escapando de canículas y fuegos voraces.
Pero el peligro atómico sigue, quizá más insidioso que nunca. Señalábamos hace poco cómo, a pesar de la considerable reducción de los arsenales nucleares desde los años 80, el nivel de overkill (la capacidad de destrucción del planeta vivo) persiste e incluso repunta: países como Japón o Corea del Sur están considerando tener la bomba; Irán no desiste; Rusia y Corea del Norte amenazan y, quizá lo peor, Trump pretende relanzar la Iniciativa de Defensa Estratégica o ‘Guerra de las galaxias’, que llevaría la tensión al espac