Denise Dresser (*)

Reconozcámoslo: la pobreza en México disminuyó. Y eso importa. Punto. No fue un milagro sexenal, ni producto de un modelo que el mundo debería emular como si hubiéramos descubierto la cura contra el cáncer. Fue ingreso, fue salario, fue política laboral. Y también transferencias sociales.

Un logro real que se traduce en mejoras para millones. Pero no confundamos pan con panegírico. No confundamos dato con epopeya. Lo que no merece el país es el histrionismo oficialista que grita “hazaña histórica” cada mañana, pero tampoco el negacionismo opositor que repite “nada cambió”.

López Obrador tenía razón en algo: había que redistribuir mejor el pastel. Pero descartó la importancia de hacerlo crecer. Y ahí radican las fisuras del modelo actual.

Los análisis sobre las cifras

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