La cumbre de Alaska entre Donald Trump y Vladimir Putin no fue solo otro encuentro diplomático. Fue el momento en que el mundo occidental despertó ante una realidad casi de película de Hollywood: las superpotencias nucleares más grandes del planeta explorando, a solas, un acercamiento que cambiaría para siempre el equilibrio global de poder, dejando a Europa en una posición de vulnerabilidad histórica.
Mientras ambos líderes posaban ante las cámaras con el telón de fondo “Buscando la paz”, algo más profundo se gestaba en la base conjunta Elmendorf-Richardson. No se trataba simplemente de terminar la guerra en Ucrania; se negociaría la arquitectura mundial donde Washington y Moscú, como en los días de Yalta, podrían decidir el destino de continentes enteros sin consultarles.
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