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A Hermano Sol lo recuerdan en las pistas como si fuera un patriarca. Un caballo de paso fino que movía el cuello con la elegancia de un torero viejo, seguro de que cada paso era una reverencia. Lo aplaudieron en Palmira, lo aplaudieron en Bogotá, lo celebraron en videos que hoy flotan en redes sociales como reliquias. Y sin embargo, a pesar de tanta memoria, hoy es poco menos que un fantasma: un animal costoso por el que nadie responde, que se evaporó de los inventarios del Estado como si la tierra se lo hubiera tragado.
Dicen que vale lo mismo que una finca grande, que sus crías se han multiplicado en las pesebreras de medio país, que sus saltos de monta costaban más que el salario de un año de un trabajador común. Pero cuando se le pregunta a la Sociedad de Activos Especia