“Miami no es solo un lugar, es una sensación”. La frase la pronuncia una artista callejera en Wynwood mientras termina un mural que cubre fachadas del antiguo distrito industrial. Y quizás ahí resida la clave para entender esta urbe, tantas veces reducida a su postal de sol, palmeras y cuerpos dorados, pero que vibra mucho más allá del cliché.

Porque Miami no se visita, se percibe: en el calor que no cede, en los acentos que se entrecruzan, en los ritmos que brotan espontáneamente de sus esquinas. Se escucha incluso antes de verse, como una canción que uno reconoce por el pulso.

Con un clima cálido y estable incluso en otoño, viajar para conocerla entre septiembre y noviembre es una acertada decisión. Las multitudes menguan, los precios se moderan y la ciudad respira con otro ritmo. Ad

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