Barcelona Desde hace más de cuarenta años, es el primero que llega cada tarde al Teatre Romea y el último que marcha después de la función. Es quien recibe al público en la puerta. "Soy el sereno", dice, apacible. Juan Máñez (Hospitalet de Llobregat, 1963) entró en el Romea en los años 80 porque el jefe técnico de la sala le había visto trabajar en una parada que tenía su tía junto al teatro, en el Mercat de la Boqueria. Despachaba y repartía productos sanitarios en hoteles, restaurantes y meublés del barrio del Raval. Máñez era un adolescente espabilado que ya había clisado a la dependienta de una zapatería que ha acabado siendo su mujer.
"Trabajo desde que tengo nueve años. Mi padrastro era maestro industrial y yo le ayudaba soldante. Por cada pieza me daban 25 pesetas. Entonces tuve