Cena de verano en el puerto, seis en la mesa. Todo el mundo, sin excepción, explicando lo útil que es ChatGPT en su día a día: desde redactar informes veterinarios, hacer traducciones y escribir correos, a estudiar un máster. El 10% de la población mundial utiliza ChatGPT, y cerca de una octava parte utiliza algún chatbot inteligente. Cada uno le encuentra usos diferente, desde los más mecánicos a los más personales, que en ocasiones se convierten en relaciones de dependencia. No me refiero sólo a la dependencia práctica –como quien no sabe hacer los deberes sin Wikipedia–, sino a una dependencia derivada de la creencia de que estos chatbots son realmente inteligentes, es decir, tienen intenciones propias y que actúan con voluntad.

Sam Altman admitía en otra cena, ésta con la prensa, que

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