Hubo un tiempo en el que Charlie Brooker, el creador de Black Mirror , se dedicaba a escribir reseñas de videojuegos. Era un buen momento para hacerlo. Existían un buen puñado de revistas especializadas, y el videojuego era aún una forma de arte capaz de atraer a las masas, pero aún no contaminada por la clase de desproporcionado éxito que hace olvidar que lo que se tiene entre manos es, sobre todo, un algo divertido, y a la vez, artístico, en un sentido pixelado e interactivo. Brooker había nacido en Reading y había sido criado en una casa cuáquera, y luego había empezado a escribir y dibujar cómics, y a colaborar en revistas y fanzines. Sí, si Black Mirror tiene ese aire indie es porque Brooker creció en el fascinante lado oscuro del hazlo tú mismo, tan noventero.

El caso es que en

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