Desde hace décadas, los mexicanos escuchamos promesas de transformación, justicia y bienestar. Cada sexenio llega envuelto en discursos esperanzadores, en slogans reciclados con nueva envoltura: "El cambio verdadero", "Primero los pobres", "Avanzar contigo", "Por el bien de todos".

Y, sin embargo, ese México que nos prometen, ese México digno, justo y equitativo, sigue siendo una deuda histórica que crece con cada administración.

El México que nos deben no es una utopía. No pedimos milagros. Pedimos lo básico: seguridad, educación de calidad, salud accesible, justicia sin distinción y oportunidades reales de desarrollo.

Pero lo que recibimos es una simulación constante. Promesas de hospitales que no se terminan, de escuelas sin maestros, de universidades sin presupuesto, de empleos que

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