Como mi padre y tantos otros en la postguerra, Manuel de la Calva y Ramón Arcusa fueron aprendices en la Elizalde, una gran fábrica en plena Barcelona (Passeig de Sant Joan) donde salió el primer coche de España y la mayoría de motores para la aviación en los 40. Es decir: una escuela de valores –acaso poco avanzada pedagógicamente– entre el que sobresalía el de trabajar mucho y sin alharacas para llegar a ser alguien (de provecho, a ser posible).
Allí congeniaron para crear la pareja artística más sólida de la historia de España después de Orantes-Gisbert. Sin ínfulas ideológicas –lo dice Serrat en Temps era temps : ¿que se podía esperar de nosotros?– y espíritu de envelat y fiesta mayor.
Manuel de la Calva y Ramón Arcusa se han tirado sesenta años en la carretera, transitando por c