En aquellas semanas santas de comienzos de los años sesenta , Blas Rubio García era transportado por su padre en el portaequipajes de su pequeña moto desde Santomera hasta el Cine Rex para asistir a la enésima proyección de La túnica sagrada o Los diez mandamientos. Eran unas fechas en las que el cine se limitaba a unos pocos títulos religiosos, a los que, padre e hijo, enamorados ya del cine, asistían con devoción cinéfila.

Quizás en aquellos eternos traslados por caminos de la huerta murciana se comenzaba a entrenar ya la prodigiosa memoria del pequeño Blas, que, con el paso de los años, se iría convirtiendo en profundo conocedor de la historia de su pueblo y rastreador de señales del pasado de esa pequeña localidad murciana. En aquellas fechas apenas primaverales, volvía Bl

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