Ciudad de México.- Se casó un robusto mancebo a quien apodaban en el pueblo "el Oso", por su musculatura. La noche de las bodas el fornido galán empezó a despojarse de la ropa. Su dulcinea lo veía, arrobada, e iba diciendo con admiración: "¡Qué bíceps, Oso! ¡Qué tórax, Oso! ¡Qué piernas, Oso!". El desposado dejó caer la última prenda. Y exclamó la novia con tono de desilusión: "¡Qué oso, Oso!". (Nota. El tal Oso parecía un ropero de tres lunas con la llavecita puesta). Las desventuras conyugales de don Cucoldo no terminan. Antier llegó a su casa inesperadamente y sorprendió a su esposa en compañía de otro hombre. Eso le sucede con relativa frecuencia, pero en este caso la situación era distinta: los amantes, en vez de estar en la cama, se hallaban en la tina de baño. Antes de que don Cuc
Acto de “purificación“

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