Colombia enfrenta un reto histórico: dejar atrás los legados políticos de Álvaro Uribe Vélez y Gustavo Petro. Ambos, en su paso por el poder, dejaron una estela de prácticas cuestionables, donde el Estado terminó al servicio de amigos, familiares y aliados políticos. Repetir ese modelo sería condenar al país a más clientelismo, corrupción y frustración ciudadana.
El poder como herencia de intereses
Uribe usó el Estado para consolidar fortunas y favorecer a sus cercanos, mientras Petro repite el libreto con alianzas que benefician a su círculo íntimo y con escándalos que han salpicado a su familia y a su gobierno. Ambos representan la misma enfermedad: un poder que se olvida del bien común y se enfoca en sostener redes de conveniencia.
Uribe Vélez: riqueza patrimonial y redes de poder
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