Veinte años atrás no queríamos ser malpensados y creer todas las revoluciones de colores (así acabaron llamándose) en el espacio postsoviético y de Europa del Este estaban orquestadas y pagadas por un financiero especulador que, con la excusa de la democracia y la libertad de expresión, pretendía torpedear regímenes autoritarios y cleptocráticos para entregar una serie de países al capitalismo neoliberal. No, las revueltas populares tenían en sí mismas razón de ser. Pero sí, George Soros estaba allí.

Fueron cuatro. La revolución Bulldozer, en Serbia (2000), la de las Rosas, en Georgia (2003), la revolución Naranja en Ucrania (2004) y la de los Tulipanes en Kirguistán (2005). Todas tenían en cabeza grupos de jóvenes motivados, sobre todo estudiantes. Eran los serbios Otpor (Resistencia),

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