Cuando Adam Raine murió en abril a los 16 años, algunos de sus amigos al principio no lo creyeron.
A Adam le encantaba el baloncesto, el anime japonés, los videojuegos y los perros, hasta el punto de pedir prestado un perro durante un día de vacaciones familiares en Hawai, dijo su hermana menor. Pero se le conocía sobre todo como un bromista. Ponía caras graciosas, hacía chistes e interrumpía las clases en una búsqueda constante de risas. Escenificar su propia muerte como una broma habría estado en consonancia con el sentido del humor, a veces negro, de Adam, dijeron sus amigos.
Pero era verdad. Su madre encontró el cuerpo de Adam un viernes por la tarde. Se había ahorcado en el armario de su habitación. No había ninguna nota, y su familia y amigos tuvieron dificultades para comprender l