Rebasada determinada edad, corremos el riesgo de convertirnos en viejos gruñones, uno de esos tipos a los que todo lo nuevo les parece mal, convencidos de que cualquier cosa del pasado era mejor. A veces detecto en mí ramalazos de ese viejo gruñón. En lugar de agradecer por lo que tengo, de aceptar que el mundo está cambiando, que ya cambió, maldigo por lo que dejo de tener, por todo aquello que no alcanzo a comprender. Se hace difícil aceptar que la vida nos va dejando atrás. Y renegamos. No nos engañemos: hay pocas cosas más patéticas que acabar siendo un viejo gruñón. Como vimos Gran Torino, de Clint Eastwood, pensamos que tiene su punto atractivo acabar siendo unos cascarrabias, pero estamos equivocados. No somos Clint Eastwood, carecemos de ese carisma. A los ojos de los que nos rodea
Viejos gruñones

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