Lenin murió en 1924 con la voluntad expresa de recibir sepultura. Pero el frío de enero, que retrasó su descomposición, dio tiempo al Partido para improvisar un experimento, convertido en programa político: en lugar de enterrar al hombre, inaugurarían la inmortalidad. Vorobiov y Zbarski, médico y bioquímico, transformaron su cadáver en un laboratorio de eternidad política. Se le extirparon los órganos, se laminó su cerebro para estudiarlo, y lo restante, sometido a ciclos regulares de baños sintéticos, se impregnó de soluciones artificiales secretas. Lenin dejó de ser un muerto para convertirse en un híbrido químico, expuesto como reliquia en la plaza Roja.
El hallazgo se exportó como si de una patente se tratara. Dimitrov en Bulgaria, Ho Chi Minh en Vietnam y la saga norcoreana: Kim Il S