El universo literario de Pío Baroja, miembro destacado de la Generación del 98, suele evocar imágenes de desarraigo, personajes errantes y paisajes ásperos. Sin embargo, bajo esa superficie se encuentra también la huella discreta, pero significativa, de una figura profesional con hondas raíces en la tradición española: el farmacéutico. No es casual. Baroja fue nieto de un boticario de Oyarzun, hijo de un ingeniero y formado como médico, aunque siempre confesó su escaso entusiasmo por el ejercicio clínico. Esa proximidad familiar a la farmacia dejó un rastro perceptible en varias de sus novelas y relatos, y ofrece hoy una clave sugerente para leer su obra desde la óptica cultural de la rebotica, aquel espacio tan español donde se mezclaban la ciencia, la política y la literatura.
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