
Un avión descendía lo suficiente para que la sombra de sus alas pasara muy cerca de los tejados. Una estela blanquecina descendió poco a poco desde la aeronave hasta confundirse con las azoteas y las calles. Las partículas se adhirieron a la ropa de los vecinos y se metieron por las ventanas abiertas .
Así comenzaron en St. Louis las pruebas secretas de rociado que llevaron a cabo unidades del Ejército estadounidense en plena Guerra Fría.
El complejo de Pruitt-Igoe quedó marcado como punto central de los experimentos químicos del Ejército
El complejo residencial de Pruitt-Igoe se convirtió en epicentro de aquel proyecto militar. El propio Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos confirmó que entre los años 50 y 60 se liberó zinc cadmio sulfuro desde aviones, camiones y azoteas, en una serie de operaciones conocidas como Large Area Coverage .
La elección de esta ciudad no fue casual. Sus características geográficas y la densidad de población recordaban a Moscú , lo que la convertía en un escenario de ensayo para una hipotética guerra con la Unión Soviética .
Los testimonios de los antiguos residentes muestran cómo el rociado se vivía de forma cotidiana . James Caldwell explicó a NewsNation que “era un camión con una boquilla enorme que soltaba una niebla tan espesa que se pegaba a la piel”. Otros, como Jacquelyn Russell , evocaron las consecuencias inmediatas de aquel contacto al señalar que “era un olor químico nauseabundo que provocaba mareos y dolor de cabeza”.
Las secuelas físicas marcaron a familias enteras. Cecil Hughes relató que acabó en el hospital de urgencia tras exponerse al polvo suspendido, mientras que Ben Phillips recordó la serie de entierros que siguieron en su entorno, muchos de ellos asociados a cáncer . Según la cadena NewsNation , Phillips afirmó que “fui a diez funerales y siete u ocho eran por muertes relacionadas con cáncer”.
Los informes oficiales restaron importancia mientras se ocultaban datos sobre los riesgos reales
La explicación oficial del Ejército buscó minimizar el impacto. En un informe del Centro de Promoción de la Salud y Medicina Preventiva de 1994 se sostuvo que no existían pruebas de efectos nocivos . Sin embargo, el propio Consejo Nacional de Investigación reconoció que exposiciones prolongadas podían provocar toxicidad en riñones y huesos o cáncer de pulmón.
Aun así, aclaró que su evaluación se basó únicamente en los documentos entregados por el Ejército, ya que parte de los registros seguían clasificados o simplemente se habían extraviado.
La opacidad de los archivos dio pie a investigaciones independientes. La socióloga Lisa Martino-Taylor dedicó años a revisar miles de documentos desclasificados . Sus hallazgos le llevaron a afirmar que “lo que el Ejército contó a las autoridades de St. Louis era una historia de cobertura”.
En sus trabajos apuntó a la posible implicación de mandos especializados en armamento radiológico, como el general William Creasy y el químico Philip Leighton .
Martino-Taylor señaló además la coincidencia temporal y geográfica entre las pruebas de St. Louis y las realizadas en Dugway Proving Ground , un centro de Utah empleado para ensayar armas químicas y radiológicas al aire libre .
En su opinión, la información cruzada entre ambos lugares sugería que las pruebas en barrios residenciales no se limitaban a compuestos inertes, aunque nunca encontró un documento definitivo que lo confirmase.
Otros experimentos con niños y embarazadas revelaron la amplitud de los programas encubiertos en Estados Unidos
Otros programas contemporáneos reforzaron las sospechas de quienes vivieron bajo las torres de Pruitt-Igoe. En instituciones estatales como la Fernald School de Massachusetts, niños huérfanos recibieron cereales mezclados con isótopos radiactivos en experimentos patrocinados por la Comisión de Energía Atómica.
A mujeres embarazadas en hospitales de Tennessee y California se les suministró hierro radiactivo para comprobar cómo atravesaba la placenta. Todo ello quedó acreditado en audiencias del Congreso en los años 90 y dio lugar a demandas colectivas.
La activista Erin Brockovich expresó su indignación ante NewsNation al asegurar que “las comunidades pueden manejar la verdad, lo que no soportan es la mentira”. Para ella, el caso de St. Louis representa un encubrimiento que priva a los afectados de la posibilidad de exigir responsabilidades .
Los supervivientes reclaman compensaciones mientras el Congreso revisa nuevas demandas
En la actualidad, los supervivientes y sus familias reclaman compensaciones al Congreso a través de la inclusión en la Radiation Exposure Compensation Act . El congresista Wesley Bel l defendió en declaraciones a NewsNation que “tenemos que garantizar la atención y la compensación que estas personas merecen”.
Mientras tanto, muchos residentes sostienen que aún quedan documentos ocultos y que el retraso en su publicación solo prolonga la incertidumbre.
La herida sigue abierta en quienes padecieron enfermedades graves tras años de exposición. James Caldwell confesó que ha sido diagnosticado con un linfoma raro vinculado a una mutación cromosómica. Russell contó que perdió a varios de sus hermanos por cáncer. Y Phillips aseguró que su hermana pequeña sufrió convulsiones hasta que la familia abandonó Pruitt-Igoe. La duda que persiste en toda esa gente es si alguna vez conocerán con certeza qué cayó realmente del cielo .