El último pulso comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea, materializado en un nuevo acuerdo de aranceles, ha vuelto a poner sobre la mesa el estilo inconfundible de Donald Trump: la economía como arma política. Europa ya sabe lo que significa negociar con un socio que no duda en imponer condiciones duras incluso a sus aliados, y la inquietud es lógica: si Washington ha sido capaz de tensionar el comercio de acero, automóviles o productos agrícolas, ¿podría también utilizar los medicamentos como instrumento de presión sobre el Viejo Continente?

A primera vista, el escenario puede parecer verosímil. Estados Unidos es, de largo, el primer mercado farmacéutico del mundo en términos de valor: absorbe algo más de la mitad del gasto global en medicamentos. Pero conviene precisar qué sig

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