—Le afané las llaves del auto a mi viejo.

Marcela tiene sesenta años y no hay picardía en su mirada, apenas tristeza. “Ya no sé qué hace —me dice—, imposible que se deje cuidar”. Su papá tiene casi noventa y es parte de la primera ola de la nueva longevidad que no solo quiere vivir más, sino también mejor. Madres octogenarias en aplicaciones de citas, de viaje en un crucero con un desconocido, o en Tilcara con sus amigas. Madres que se niegan absolutamente a convivir con una cuidadora .

“No hay ninguna posibilidad, ¿se entiende? Hace años que decidí que no iba a convivir más con un tipo, mirá si me van a meter a una mina. La casa es mía, el silencio y el desorden son míos”, dice Marta. Todas la amamos y estallamos en carcajadas, hasta que comprendemos la desolación de nuestra amiga, qu

See Full Page