Una canonización de dos jóvenes –uno más bien todavía adolescente– a muchos les puede parecer una novedad, pues parece que este tipo de ceremonias suelen presentar a personas de vida larga y venerable, un recorrido existencial adornado por las buenas obras y por muchas virtudes. Esa es la idea que más o menos tenemos de los santos, y en muchos casos es así. Para algunos, santidad y juventud no casan bien, pues piensan que la segunda es el tiempo de experimentarlo todo, lo bueno y lo malo –¿por qué no?– y también el tiempo en que los errores se miran en modo condescendiente, mientras que la santidad sería el fruto de haber sentado la cabeza y haber aprendido de los errores juveniles.
Sin embargo, la historia de la Iglesia, que es muy larga, nos habla de innumerables santos jóvenes, ya des