Tal vez esta sea la última foto conocida de Carles y Antònia. Una mañana de octubre, en una calle vacía de Palma , se los vio por última vez. Un paseo dominguero, con ropa sencilla y cómoda, sin cargar mochilas ni arrastrar maletas. La pareja iba de la mano por la Plaça del Mercadal.
Pero lo cierto es que se volvieron inhallables, se los comió la tierra. Sus móviles a partir del lunes no respondían mensajes ni llamadas de familiares y amigos, tampoco se pudieron comunicar con ellos los vendedores de seguros, los chulos de la cancha de pádel ni desde las entidades bancarias, siempre tan insistentes para ofrecer créditos y oportunidades imperdibles a toda hora.
La huida de este mundo enseguida encendió las alarmas en sus trabajos. «¿Alguien sabe algo de Carles?», preguntó el miércoles un