“El corazón humano está hecho de tal modo que se le cautiva mucho más con engaños que con verdades” escribía Erasmo de Rotterdam en el capítulo 45 de su Elogio de la locura , refiriéndose a los predicadores que se esfuerzan por atraer la atención de sus feligreses porque “dormitan, bostezan y se aburren” durante el sermón. El método del cura desde su púlpito es, señala el sabio humanista, captar la atención con “alguna fabulilla” para desperezar a los fieles; y con la ironía que rezuma su librito añade: “su felicidad cuesta poco, basta una pizca de persuasión”.
Aplicando esta constatación a las técnicas de los oradores seculares, ya sean de índole comercial, política o de pura autocomplacencia, no es difícil comprobar que, a modo de cuentacuentos, éstos se esmeran por mantener a sus oye