Las izquierdas plurales, el progresismo en todas sus ramas y hasta el más tonto de los tertulianos han puesto de moda un arma para zurrar al discrepante: acusarle de “blanquear” barbaridades.
La corrección política empezó siendo un avance contra los chistes malos, los hábitos machistas y las discriminaciones y está declinando por sus excesos. Y lo peor: ha creado el Frankenstein de la extrema derecha, esa legión de derrotados de la globalización a los que encima les riñen por no saber llevarse el pescado a la boca con el cubierto apropiado.
Erre que erre, el progresismo ha acuñado otro concepto mágico, desde su hábitat (el púlpito): replicar a un dato, un hecho o una opinión con la descalificación personal de estar “blanqueando” alguna de las muchas barbaridades que suceden en este mundo