El entonces fiscal, Néstor Humberto Martínez, advirtió, casi como una profecía, que llegaría el momento en Colombia donde todos los municipios tendrían, además de la estación de policía, la iglesia y la alcaldía, una olla de microtráfico de estupefacientes. Los traficantes le ganaron tanto espacio a las autoridades, que se metieron en cada rincón del país.

El negocio criminal no respetó ni los espacios que hace apenas unos años estaban vetados, incluso moralmente, para los traficantes. Así ocurrió en municipios como Anapoima, donde buena parte de la población es adulta mayor y el tráfico de drogas era un negocio criminal destinado al fracaso.

La población creció y así mismo las oportunidades criminales. Los delincuentes aprovecharon el espacio que las autoridades dejaron mientras ignora

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