El jardinero de la urbanización La Chicharra no lo vio, no le dio tiempo, pero sí lo oyó. Fue un golpe seco. Se giró y vio un socavón en un robusto macetero de margaritas. En el fondo de ese agujero, un niño de dos años llamado Miguel que había caído al vacío desde casi cuarenta metros. El parte es un

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