El jardinero de la urbanización La Chicharra no lo vio, no le dio tiempo, pero sí lo oyó. Fue un golpe seco. Se giró y vio un socavón en un robusto macetero de margaritas. En el fondo de ese agujero, un niño de dos años llamado Miguel que había caído al vacío desde casi cuarenta metros . El parte es un milagro: “Apenas un par de rasguños en la cara y unas ligeras lesiones en el hombro”. La segunda semana de septiembre de 1975 en Alicante fue la del suceso extraordinario de Miguel Pérez, un niño “rubio, muy guapo y regordete”, según la familia.

El chiquillo estaba jugando con su hermano en la terraza y se precipitó. “Que se ha caído, que se ha caído”, entró gritando a la casa Bernardo , el mayor. Afortunadamente, todo quedó en una historia que contar y el niño estuvo unos días en

See Full Page