Imagina un videojuego donde no solo juegas por puntuaciones altas, sino que reescribes las reglas mientras subes de nivel. En el nivel uno, eres un bárbaro saqueador, destruyendo aldeas para robar su botín. Es emocionante, pero agotador; cada ganancia proviene de la pérdida de alguien más, y eventualmente, el mundo se queda sin objetivos fáciles.
Entonces llegas al nivel dos: ahora eres un comerciante, intercambiando recursos para construir alianzas, convirtiendo la escasez en excedente a través de intercambios inteligentes. Mejor, pero aún limitado por lo que los demás tienen para ofrecer. El nivel tres desbloquea la invención: creas herramientas que rompen los viejos límites, como motores de vapor o electricidad, ‘farmeando’ todo a su paso.
El juego se acelera. ¿Pero el verdadero final