Chinchero, Talara y El Frontón. Tres nombres que deberían remitirnos a obras trascendentes, a desarrollo, a historia que inspira. ¡Pero no! En el Perú, esas palabras son sinónimo de promesas huecas, improvisación disfrazada de modernidad y una política que confunde el show con la gestión.
El aeropuerto de Chinchero, vendido como la puerta al futuro turístico del Cusco, terminó atrapado entre adendas, sobrecostos y decisiones sin sustento técnico de la misma DGAC. En lugar de despegar, quedó varado en la pista de la demagogia.
La Refinería de Talara es otro monumento al oportunismo. Un megaproyecto que, bajo la bandera de la soberanía energética, se convirtió en una herida abierta al erario público. Un elefante blanco al que seguimos alimentando sin que la población sienta el más mínimo a