La lacrimógena ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra no es precisamente cine transgresor. Narra, como es bien sabido, la historia de George Bailey, el noble director de la cooperativa de préstamos de su familia, que contempla el suicidio porque su codicioso competidor, el señor Potter, ha provocado una corrida bancaria para arruinar a Bailey. Pero éste prevalece cuando un pueblo agradecido se une para ayudarlo. La película es dulcemente sentimental y decididamente apolítica. Lo que salva a Bailey no es la intervención del gobierno, sino la reciprocidad de un pequeño pueblo y la simple decencia.

Por eso resulta algo sorprendente saber que ¡Qué bello es vivir! le pareció a algunas personas radicalmente antiestadounidense cuando se estrenó en 1946. El FBI trató la película como “prue

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