A los 13 años Jeiser Suarez Maynas pasó una hora y media mirando el sol arrodillado en el patio de su escuela en Pucallpa (Ucayali) . No lo hizo por diversión ni por voluntad propia. Su profesora de religión lo había castigado por no persignarse durante la clase. Fue antes o después de eso, no recuerda, que otro docente lo obligó a comer ceviche para que se “civilice”, pese a que él, un niño del pueblo indígena Shipibo-Konibo , se había negado a probarlo porque lo consideraba como “pescado podrido”.
Ninguno de esos dos casos fueron aislados, sino que formaron parte de una cadena de ataques durante toda su etapa escolar, principalmente en primaria. Lo molestaban por ser indígena, por tener padres que usaban otra vestimenta, por tener otras costumbres.
El mismo año que fue obligado a a