En Colombia se ha vuelto común afirmar que lo que vivimos es polarización. La frase circula con comodidad en medios, redes y conversaciones políticas. Suena tranquilizadora: dos bandos enfrentados que discuten fuerte, pero que aún respetan las reglas básicas de la democracia. Nada más falso. Esa explicación es un engaño que adormece a la ciudadanía, la hace bajar la guardia y la invita a pensar que seguimos dentro del cauce institucional. La realidad es mucho más grave: no estamos frente a una simple polarización, estamos ante la erosión sistemática de la democracia.
La diferencia es sustancial
La polarización supone adversarios que se reconocen mutuamente, que discuten con fuerza, incluso con agresividad, pero que admiten la legitimidad del otro y aceptan las reglas del juego. Esa confr