José Manuel de la Sota fue, antes que nada, un constructor. No sólo de obras, aunque su paso por la gobernación cordobesa esté repleto de escuelas, rutas y viviendas que aún se cuentan por miles. Fue, sobre todo, un constructor político. Supo moldear un peronismo a la medida de Córdoba, sin renegar de su identidad nacional pero con un oído siempre atento a lo que pedía su gente.

De ahí provino una de sus principales virtudes: entender que la política provincial no podía ser mera réplica del tablero nacional; que había que diseñar una identidad propia, con autonomía aunque no con aislamiento.

Su camino hasta 1999 estuvo marcado por la derrota, sí, pero sobre todo por la resiliencia. Por esa serie de golpes que parecían empujarlo a la irrelevancia y que, sin embargo, forjaron al dirigente

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