Mi padre y seis de sus hermanos eran antiperonistas de pura cepa; la octava, en cambio, adhería al Justicialismo. Se habían enriquecido en esos tiempos, habían ascendido socialmente, pero mantenían su rechazo hacia aquello que veían como el poder de los de abajo, de los cabecitas negras. Ese problema de clase estaba demasiado vigente, aun cuando en el barrio, en mi Castro Barros y Agrelo, habitaban gallegos, italianos, alemanes, judíos, cabecitas… todos juntos, mezclados en los bares y en las peluquerías.
Era una sociedad en crecimiento y un crisol de razas constante, todo antes del televisor, época en que se sacaban las sillas a la vereda porque la principal distracción estaba en la calle.
Mi padre había comprado la parte delantera de un conventillo; los del fondo eran peronistas, mi vi